Dos de
las actuales potencias de Europa, Italia y Alemania, no llevan a cabo su
unificación territorial hasta el siglo XIX. Hagamos pues un breve recorrido a
lo largo de su historia para entender mejor las claves de su proceso de
unificación y para conocer su distribución y política en un periodo concreto,
el siglo XVI.
En
Italia podemos diferenciar tres zonas: en el Norte hay una gran diversidad de
formas de gobierno como repúblicas, ducados
y marquesados. En el centro, el Papa tenía el poder absoluto en los Estados
Pontificios; por último, en el Sur se situaba el reino de Nápoles, cuyo dominio
pasaría a formar parte de la Monarquía Hispánica a partir de 1504.
El
ducado de Milán se queda sin sucesor al poder cuando Francisco María Sforza
fallece sin descendencia. Es entonces cuando Carlos V nombra a su hijo Felipe
II duque de Milán en 1540.
La
república de Venecia estaba en manos de un gobierno aristocrático que ejercía
su poder a través del Gran Consejo, encabezado por un dux. Consigue un gran imperio colonial que se extendía por las
islas del mar Egeo y del mar Jónico y que se ve constantemente amenazado por la
invasión otomana.
La
república de Génova es la más débil desde el punto de vista militar y político.
Primero depende de Francia hasta que en 1528 pasa a formar parte de la
Monarquía Hispánica para garantizar de esta forma su independencia. Cuando se
consigue finalmente la expulsión de los franceses del territorio, una
aristocracia mercantil se hace con el poder con la proclamación de una nueva
constitución.
La
república de Florencia llega a su fin con la toma de poder de Cosme el Viejo,
de la familia de los Medici. Se suceden entonces las constantes idas y venidas
en el poder de los Medici hasta que la influencia española pasa a ser notable
cuando Carlos V ayuda a Alejandro Medici a recuperar el poder.
Por
otro lado, los papas que gobiernan desde los Estados Pontificios, toman parte
de una forma muy activa en los conflictos que tienen lugar en este momento. De
esta forma, el papa Leon X se enfrenta a la reforma luterana proclamando el
Concilio de Trento. A los pontífices
también les preocupa la hegemonía de España en Italia y, puesto que se fracasa
en la expulsión de los españoles de Italia, el Papado intenta desde entonces
mantener relaciones con Francia y España que garantizasen un equilibrio.
El reino de Nápoles estaba en manos de la
Monarquía Hispánica desde 1504 gracias a su conquista llevada a cabo por
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.
El
Sacro Imperio Germánico estaba conformado por principados laicos y
eclesiásticos, condados, ciudades libres… No existía un gobierno centralizado y
los poderes del emperador estaban reducidos. Éste era elegido por siete
príncipes electores, que junto con los representantes de la nobleza y de las
ciudades constituían la Dieta, cuyas funciones principales eran la aprobación
de leyes e impuestos y el asesoramiento del emperador.
Desde
1437, distintos miembros de la dinastía de los Habsburgo se suceden en el
poder. Destaca el emperador Maximiliano que intenta llevar a cabo una serie de
reformas que propiciasen el aumento de su poder en la Dieta de Worms de 1495.
Sin embargo, sus reformas no salen adelante y Maximiliano presta mayor atención
a aumentar los límites de su imperio a través del casamiento de sus
primogénitos con los herederos de otras dinastías europeas.
De esta
forma, a través del casamiento de la hija del emperador con el Duque de
Borgoña, Maximiliano añade a sus territorios los Países Bajos y el Franco
Condado. Asimismo, con el casamiento de su hijo Felipe el Hermoso con Juana de
Castilla, el hijo de ambos, Carlos V, se proclamará rey de Castilla y Aragón.
Carlo V
tiene que hacer frente a la propagación de las ideas luteranas durante su
reinado. La Guerra de Esmacalda (1546 – 1551) estalla ante la negativa de los
estados protestantes a acudir al Concilio de Trento. Finalmente, este conflicto
se resuelve mediante la Paz de Augsburgo (1555) que determina la adscripción de
cada territorio a su autoridad política.
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